HAGA LUZ EN SU CEREBRO Peste - Venéreas - Sida Julián Álvarez. Barcelona, 1988 | |
"The great sin of the great cities" (El gran pecado de las grandes ciudades). Con esta significativa sentencia se recogía, a mediados del siglo pasado en Gran Bretaña, el sentir de la gente frente a los desvatadores estragos que las enfermedades de transmisión sexual -venéreas- causaban a la población. La frase, que recoge una realidad histórica, es también una sentencia moral. Siglos atrás ese "gran pecado de las grandes ciudades" había sido la Peste. A cada siglo parece corresponderle su particular maldición. La más contemporánea "lacra social" ("the great social evil") es el SIDA, que junto con las VENÉREAS y la PESTE comparten el malditismo bíblico con el que Dios sentenció, a través de su portavoz en la Tierra -Moisés-, la conducta pagana de los egipcios (recuerdénse las siete plagas), y el libertinaje de los habitantes de las ejemplares Sodoma y Gomorra. Según refleja el diccionario, la Peste es una "enfermedad infecciosa y contagiosa provocada por el bacilo de Yersin, que se transmite por medio de las ratas y las pulgas". Y en relación a las Venéreas, dícese de las enfermedades contraídas generalmente por contacto sexual". En cuanto al Sida, su actualidad hace innecesario cualquier definición. De forma simplista, pero gráfica, parece que las ratas, el sexo, y las drogas son el leit motiv de estas apocalípticas maldiciones de púlpito con las que los predicadores (de la moral, de la salud, de la economía) han torpedeado, en todas las épocas, la famosa proclama de: sexo, drogas, y rock & roll". El sida es hoy, además de una tragedia para quienes lo padecen, un drama a representar con la participación colectiva de la sociedad que se siente implicada en la cristiana persecución del bien común. Pero también es, qué duda cabe, un gran negocio para la medicina, y un desafío para la ciencia, y desde luego un pretexto para los predicadores de la higiene moral y el deporte del regate a las tentaciones. La consigna es, en términos de cruzada nacional y futbolística, fortalecer las defensas para que el enemigo se estrelle contra ellas, y salir corriendo para colocarle un gol traicionero al libre albedrío. Desde luego la SALUD es una cuestión moral y económica. Un siglo nos separa de aquella decadente época romántica en la que padecer una sífilis era sinónimo de un cierto malditismo aristocrático y snob. Pintores, escritores, poetas, actores, artistas, y vividores en general, se auto-marginaron de la sociedad conservadora y retrógrada que los alimentaba para hacer de sí mismos, a partir de experiencias extremas próximas o inmersas en la prostitución, drogas, homosexualidad, su mejor y más radical creación artística. La Iglesia, alineada con la aristocracia, disculpó y eximió de responsabilidad a sus extraviados vástagos, quienes con su militancia libertina generosamente ayudaron a expandir la enfermedad. Llama la atención que la sífilis sea una enfermedad ligada literariamente al romanticismo del siglo XIX. La abundante literatura inglesa en torno a las enfermedades de transmisión sexual (sobre todo a partir de "The Contagious Diseases Acts", de 1864) muestran un paralelismo significativo con la realidad actual del Sida. La aristocracia entonces, y la burguesía posteriormente, aparecen como víctimas de los males que se originan de la excesiva promiscuidad entre las diferentes clases sociales, razas, etc. El siguiente texto de un médico especialista de la época -Ricord- es especialmente significativo de los prejuicios sociales y médicos en torno al tratamiento de la gonorrea en Gran Bretaña a principios y mediados del siglo XIX: "¿Desea usted contraer una gonorrea? Siga las instrucciones. Invite a cenar a una mujer de aspecto pálido y apático. Rubia mejor que morena y con abundantes flujos vaginales a ser posible. Comience con ostras y continúe con espárragos. Beba mucho vino blanco seco, y champagne, café, y por supuesto coñac. ¡Magnífico! Baile con ella después de cenar. Anímese y beba cuanto pueda durante la velada. En la cama compórtese con arrojo, dos o tres coitos no son demasiados, más sería incluso mejor. A la mañana siguiente no se le ocurra tomar un baño caliente o ponerse una inyección. Si no coge una gonorrea será porque Dios le protege."Dr. Ricord Ricord creía que el cuerpo podía llegar a adaptarse a las inflamaciones de gonorrea, por lo que recomienda a los jóvenes libertinos exponerse a la infección deliberadamente. Una gonorrea así, en cualquier caso, no estaba al alcance de todo el mundo. LA RELIGIÓN DE LA SALUD La Providencia, o Dios, ya no tienen la exclusiva de la SALUD. La salud se compra en los gimnasios, hospitales, restaurantes, etc. La moderna cultura del cuerpo, de la que el body-building es su manifestación más singular, se formula desde los púlpitos de los mass-media como doctrina a cuyos mandamientos y oficios se entregan en cuerpo y alma los que aspiran a gozar del Paraíso en la Tierra. El fenómeno del "dominical" consumo y práctica fanático-ritual de la SALUD constituye, de hecho, la praxis oficial de la Religión de la Salud. Pero esta religión, en tanto que fenómeno cultural de masas, es la base de una nueva y poderosa industria, sin duda la más emblemática de la próxima década: la Industria de la Salud. Industria y Religión, ocio y "oficio", tienen mucho que ver. Todo fenómeno social desarrolla una estética, una filosofía (de la vida), y también unas prácticas (ritos/oficios), que llenan de contenido (social y espiritual) los bienes que la industria manufactura. Es el marchandising de la Salud. Tales productos/servicios se consumen como las bendiciones, con el espíritu del creyente naïf. Productos/servicios que aportan -quizás- bienestar físico y estabilidad sicológica, pero también estatus social. Los sofisticados gimnasios, las bicicletas, etc. son sin duda bienes/beneficios que mejoran la calidad de vida, y por ello todo ciudadano inteligente se apuntará al consumo y práctica de estos higiénicos ritos, dominicales para los más modestos, y varias-veces-a-la-semana para los económicamente afortunados. La actualidad del SIDA como enfermedad maldita de fin de siglo ha desplazado en interés a las enfermedades venéreas. El discurso dominante de la Salud es hoy más moral y económico que científico. Predica la preventiva práctica higiénica del deporte para alcanzar el único y primigenio estado de gracia actualmente más apetecible: el de la SALUD, el único en definitiva conjugable con el de ECONOMÍA. De ahí que la palabra mágica, el abracadabra de los economistas-predicadores había de ser, como no: ¡SALUD ECONÓMICA! Pero el interés de estos apuntes es llamar la atención sobre las campañas preventivas que todos conocemos. Campañas que tienen un fondo bien-intencionado, que se presentan y formulan en favor del interés individual y el bien general, pero cuyo objetivo final inequívoco es reconducir y enderezar comportamientos extraviados (heroinómanos, homoxesuales, etc.), y actitudes temerarias (fumar, beber, conducir sin casco, etc.). Comportamientos y actitudes que resultan gravosos para la Salud Económica de la S. A. de la que casi todos somos accionistas. Me remito a las imágenes que ilustran y han motivado este artículo. Frases-eslogans como la que encabeza este apartado, o "Los estragos del barrio chino", "Cruzada de lucha anti-venérea", etc., reflejan la voluntad redentorista y sentenciadora de quien las formula, pero también el olfato publicitario y comercial de quien las explota. Estas imágenes forman parte de una colección de figuras de cera que la Cruz Roja utilizó a principios de siglo con fines didácticos ("Haga luz en su cerebro"), y preventivos ("Campaña anti-venérea"). Didácticos porque el detalle hiperrealista de las figuras permitía un acercamiento casi fotográfico a los efectos de enfermedades como la sífilis. Divulgativos porque se entretiene en la espectacularidad morbosa de los destrozos, sin entrar en el análisis de los casos y las causas. Y preventivos porque, como anuncia el eslogan ("campaña anti-venéreas"), arranca de un prejuicio moral avalado por la constatación de unos efectos que no se cuestionan. Dichas figuras, que reproducen con un realismo brutal y fanático estragos de venéreas, son restos de lo que fue uno de esos "museos itinerantes del horror" (Museo Roca, Barcelona), que hacían su negocio con la venta de entradas y alguna pócima milagrosa, y en este caso también con la venta del libro "Males venéreos". Las reproducciones son magníficas, y cabe pensar que los autores (Pierre Imans y Janos Schumand) tenían gran experiencia en este tipo de trabajo, debiendo utilizar para su ejecución modelos reales con fines didácticos. Dado el carácter aleccionador de estas figuras, los casos seleccionados debían de ser realmente los más espectaculares para impresionar profundamente a los visitantes. Pero aparte de este relevante aspecto, llama también la atención el paralelismo en los objetivos a perseguir, y en los medios utilizados, con las campañas de prevención (de accidentes, contra el sida, anti-tabaco, etc.). La retórica implícita en estas figuras de cera es la misma que subyace cuando en Tv se nos muestra en silla de ruedas a un accidentado en carretera, subrayado con el eslogan: "las imprudencias se pagan". Sin duda la retórica es diferente, pero el mensaje continúa apelando al miedo, mostrándonos las consecuencias de un comportamiento extraviado, o de una actitud temeraria. Hoy, igual que entonces, los guardianes de la higiene advierten del peligro en las relaciones sexuales, y reparten condones e instrucciones sobre el comportamiento sexual del ciudadano para prevenir el contagio. En definitiva, el discurso oficialista de la SALUD utiliza el azote moral del SIDA para incubar la desconfianza y el rechazo entre los individuos, siendo ésta, y no el drama individual de quien está afectado, la consecuencia más grave y nefasta de cualquier enfermedad con estigma de maldita. No digo que haya que cruzarse de brazos, contra esto o aquello otro... Pero para mí, tan aterrador como la enfermedad, llámese peste, venéreas o sida, es que todo el mundo esté ciegamente de acuerdo en esta o cualquier otra absoluta maldad. Tal unanimidad me parece tan peligrosamente perversa como el mal/plaga que se quiere erradicar. Afortunadamente tal unanimidad no existirá jamás, al menos yo eso espero/creo. E igual que entonces, inevitablemente los disidentes de la conducta oficial, son, y seguirán siendo, cobayas de los laboratorios científicos, por supuesto centros hospitalarios, y otras industrias de la Salud, para rediseñar los mensajes de siempre y experimentar nuevos productos (bienes) con los que reanimar la sociedad y alcanzar esa SALUD ECONÓMICA que todos los accionistas de la S.A. anhelamos y apetecemos. ¡No hay mal que por bien no venga!
Julián Álvarez. Barcelona, 1988. |