ARCO, O LA FERIA DE LAS "OCURRENCIAS" ARTÍSTICAS Julián Álvarez. Barcelona, 15/4/2007 | |
La visita el pasado febrero a la feria de arte Arco´06 (Madrid), una de las más importantes de Europa (por volumen de galerías y de negocio) me dio la clave para resolver un dilema lingüístico que me intrigaba desde hacía tiempo: ¿cómo denominar esas obras de artistas que cada vez con más frecuencia nos encontramos en las galerías y museos de arte contemporáneo? El dilema se me aclaró frente a una pieza/escultura consistente en una viga de hierro en forma de doble T de aproximadamente 1.20 de altura a la que el autor/artista le había “ajustado” unos blue jeans (o tejanos). ¡OCURRENTE! era la palabra que necesitaba para “etiquetar”, y a la vez explicar/me buena parte de las obras que más llamaban la atención del público en general. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la definición de ocurrencia (f. Idea inesperada, pensamiento, dicho agudo u original que ocurre a la imaginación) se ajusta en buena medida a las obras que se exponen en museos y galerías de arte emergente o de vanguardia. Buena parte de las obras que pude ver en Arco´06 responde a la definición que el diccionario hace del término. Así pues “Arco, o la feria de la ocurrencias artísticas”. El movimiento Fluxus de los años 60, en el que militaba el recientemente fallecido video-artista Nam June Paik, el músico John Cage, el bailarín y coreógrafo Merce Cunningham, el también músico Josep Beuys (entre otros), todos ellos herederos y practicantes del conceptualismo y el objetualismo de Marcel Duchamp, ya decían a mediados de los sesenta en su “manifiesto anti-artístico” que “la vida es arte y el arte es vida”. Precisamente en recuerdo-homenaje a la “Fuente-urinario” de M. Duchamp (1917), se mostraba en Arco´06 otro urinario, igual de común que el de Duchamp, pero éste amorosamente revestido de una funda (retro) de ganchillo. Paradójicamente, casi 50 años después de aquellos planteamientos del movimiento Fluxus, la cada vez más numerosa parroquia artística emergente ha asimilado el “predicado” de aquellos radicales apóstoles del catecismo anti-artístico. Lo curioso es que 50 años más tarde el radicalismo de las propuestas de entonces se ha convertido en “el pan nuestro de cada día”. Lo curioso y sorprendente es que lo que entonces fue radical e inaceptable transgresión, hoy es ocurrencia graciosa.. o simpática impostura. Lo sorprendente es que los pestilentes museos y galerías de entonces son hoy los principales valedores del anti-arte, emergente o de vanguardia. Visto desde la perspectiva de un mundo globalizado en el que para los Media todos somos “común denominador”, o sea masa, el individuo-potencialmente-artista tiende cada vez más a organizar su vida (trabajo, vivienda, look personal, etc.) dentro de una apariencia de “disciplinada anarquía”. Necesitamos exhibir nuestra singularidad individual por medio de la customización de la vida cotidiana. O lo que es lo mismo, a través de la práctica, más o menos consciente, de un cierto “apropiacionismo” creativo (apropiación de ideas ajenas reformuladas para uso propio). Se trataría, por ejemplo, de convertir el domicilio en museo o galería personal donde los amigos, familiares, o invitados ocasionales tuviesen la oportunidad de festejar las ocurrencias artísticas del ocurrente artista anfitrión, aunque éstas no coticen en el mercado del arte oficial. Esta utópica sociedad de “todos artistas”, cuando menos ocurrentes, tiene su indudable atractivo, pero la gran mayoría, por activa o por pasiva, prefiere que sean otros los ocurrentes y, si la economía lo permite, comprar en el mercado del arte oficial o alternativo aquellas ocurrencias u obras de arte que mejor adornen y expresen la condición singular (o económicamente privilegiada) del comprador. Creo que hay una relación directa entre esas obras que defino como ocurrentes y la demanda social de identidad individual al margen de esas otras identidades alienantes (la patria, el idioma, el equipo de fútbol, etc) que por adscripción, o delegación, nos arropan pero a la vez nos alejan de la individualidad que tan desesperadamente buscamos. Cada día son más los que por las noches hacen la ronda para recoger los trastos viejos que otros tiran a la basura. Algunos resuelven problemas domésticos puntuales con estas recogidas nocturnas, pero lo significativo es que otros customizan la vivienda, artística o ocurrentemente, sin pasar por Ikea o la tienda de muebles de serie o de diseño. Otros, los más avispados, “ocurrentes profesionales”, hacen de esta actividad su modus vivendi reciclando y dando un uso o aspecto diferente a los trastos que con nocturnidad y alevosía recogieron de los containers y que, muy probablemente, vuelvan a sus antiguos dueños convertidos en ocurrentes y exclusivos objetos artísticos a un precio igualmente exclusivo. Ya no se trata de “crear” en el sentido bíblico de la palabra (de la nada), sino de reciclar. Ya no se trata de ser Dios como Dalí pretendía en la ópera-poema “Etre Dieu” (Ser Dios), sino de que todos y cada uno lo seamos “a imagen y semejanza de nosotros mismos”. Hay ciudades que son más ocurrentes que otras. Me atrevo a decir que Barcelona es más “artísticamente ocurrente” que Madrid. Por el contrario Madrid sería más comprador que productor de ocurrencias debido a la creciente población de nuevos ricos que habitan la capital. Pero si nos basamos en el número de asesinatos por año y población, Madrid es sin duda una ciudad más artísticamente trascendental y contundente. En cambio Barcelona, con su amable temperatura, diseño avanzado, y civilizada compostura es, según mi criterio, más banal e intranscendente. Vaya lo uno por lo otro. ¿Qué tienen que ver los asesinatos con el arte? Con la expresión amable, decorativa y ocurrente ¡nada! Con la angustia, el horror, la muerte, la tragedia en definitiva ¡mucho! En su afán de modélica modernidad Barcelona nos sorprende a cada paso con espontáneas y anónimas ocurrencias artísticas. El ayuntamiento aporta las suyas..., algunas muy contestadas. Hasta el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, tiene un merecido reconocimiento como “creativo y ocurrente” que se traduce en política-de-autor. Quién más quién menos en Barcelona entre los 20 y 30 años, estudiante, aficionado, o profesional de la imagen y el diseño, es ocurrente (no en el sentido “gracioso” de los sevillanos, claro). Pero no solamente, las Ramblas, con sus estatuas vivientes, son un ejemplo de arte que aporta color y vida ocurrente a la calle para entretenimiento y admiración de turistas y visitantes en general. Pero... ¿qué es arte? Pues lo que hacen los artistas. ¿Y quiénes son artistas? Pues los que hacen arte. ¿Y quién (o quiénes), deciden quién (o quiénes) son (o serán) artistas? Pues los comisarios o curators con sus decisiones de apoyar a unos y desestimar a otros. Así de simple y pragmático es el arte contemporáneo, emergente, o de vanguardia. Si no hay reconocimiento público, sea minoritario o mayoritario, no existe el artista y tampoco la obra de arte. Que alguien considere que su vecino es un artista como la copa de un pino es irrelevante para la “institución Arte”. Artista es también el que nos roba la cartera en el metro sin que nos demos cuenta, pero las habilidades especiales, destrezas varias, y virtuosismos en general, por sí mismos tampoco cuentan en el arte. Cuenta la reflexión que provocan, cuenta el discurso que proponen, cuenta la ocurrencia porque estamos en la sociedad del bien-estar (en el living room) y ésta debe ser ocurrente por definición. Así pues artistas, según Fluxus somos todos. ¡vale!, pero cambiemos el “arte es vida ...” y, viceversa, por “la vida es ocurrente y ocurrentes somos todos” ¡Arriba las OCURRENCIAS! ¡Abajo el arte con-sagrado! Julián Álvarez. Barcelona, 15 de abril de 2006 |