LAS egoMOVIES DE JULIÁN ÁLVAREZ Alfonso Levy. Barcelona, junio 2009 | |
Acercarse, después de tanto tiempo, a la misma tentación que creíamos apaciguada, es la alteración primera que nos produce la visión de las egoMovies de Julián Álvarez. La tentación es antigua y constituye la apuesta del autor: emplazarse a uno mismo. Emplazarse para decirlo, para mostrarlo al fin; y únicamente narrando, rodando, en ese tiempo, en un relampagueo entrever jirones, heridas y gritos aplazados que nos devuelven lo que se ha salvado de uno mismo. Este envite, este pulso que el autor tienta consigo permite que no aparezca a lo largo de las cuatro películas que constituyen la serie, un solo plano, una sola línea de texto que no sea una sorpresa en primer lugar, para quien graba y se graba. Hay una voluntad tenaz, llevada muy lejos en esta obra: que todo lo que aparece en ella no pueda volverse a formular; que los encuadres y las palabras escogidas posean la conciencia de ser últimas. De ahí el sentimiento de necesidad, de autenticidad por encima del de confesión de estos autorretratos, que invaden la poesía a fuerza de contención, de austeridad y por encima de todo de la experiencia de orfandad. Este abrazo de la intemperie y de la soledad conforma las egoMovies, les da una naturaleza, las dota de esa voz intransferible en la obra de Álvarez, que otorga al fajador y a la derrota el derecho a reconocerse como tales. Este reconocimiento, que conlleva una asunción frontal y al fin serena de lo perdido, es el fundamento de la travesía de las egoMovies. El descubrimiento de que las ruinas de una casa, o de una vida, son una tierra fértil, depurada en el dolor, donde brotan sin avisar semillas que recuerdan y esquejes que desean, desencadena la emoción estética del espectador. Antes de escribir los títulos de los autorretratos, y acaso arriesgar alguna línea sobre cada uno, es justo que figure en este comentario la escueta observación que Julián Álvarez ha dejado escapar: las egoMovies tienen una característica técnica bien delimitada; no existe otra persona que grabe, excepto el cineasta, ni siquiera un trípode es el espacio físico donde sostener la filmación. Esta unidad de hombre y cámara está privada de un punto de apoyo del que partir, por tanto, se ve libre también de cualquier tentación de conquistar un punto de llegada; el viaje es un viaje en vilo, como toda experiencia que sentimos esencial en una vida. Suspendidos y a merced. Las egoMovies 1."Mañana en la batalla piensa en mí". Es el primero de los autorretratos y toma su nombre del título de una novela del escritor Javier Marías, que a su vez lo recoge de un verso de Shakepeare. Un viaje en tren de Barcelona a León y de nuevo regreso a Barcelona es el escenario escogido para esta grabación. Lo que perdura: la similitud del viaje en tren con la progresión narrativa que exige contar una historia. Un mismo amparo, una idéntica cúpula protectora. El autor repite una y otra vez alguna frase del texto literario. La reiteración no busca subrayar un contenido, sino reconocerse en él. Detenerse y advertir un “tu” supone descubrir el “yo” más ignoto, más desconcertante y desde luego el menos gregario. “Queremos oirnos Oirnos en la música de otros” 2. "Figura con paisaje al fondo" En esta segunda película es donde una posible poética de las egoMovies se esboza someramente por su autor, hablando directamente a cámara. Distingue dos tipos de egoMovies: las denominadas turísticas y las de ficción. En un montaje que muestra geografíaas y tiempos diferentes desliza una pregunta grave y no exenta de esperanza, por el mero hecho de formularla. ¿“Por qué seguir tomando fotografías, si de cualquier lugar podemos disponer de postales?” Tal vez, porque en realidad los humanos se enamoran de lo precario, de lo inútil, de lo perenne y sobre todo de la vida equivocada. 3. "autoRetrato Redundante" Si se me pidiera que escogiese una sóla secuencia de los cuatro autorretratos, no vacilaría, sé la que prefiero y pertenece a esta tercera entrega. La imagen muestra un compartimento vacío de un tren en marcha. Sobre el cristal de la ventanilla la palabra EMERGENCIA y en lo alto del encuadre un ilimitado cielo azul limpísimo, que con la velocidad del tren espolea la valentía de quien filma y de quien contempla lo filmado. El plano se mantine fijo durante largo tiempo, sin que cese el avance del tren. No vemos su rostro, solo escuchamos la voz del autor que llena el compartimento vacío. Sin más interlocutor que la palabra EMERGENCIA y el mencionado cielo, Álvarez comparte con el espectador y los asientos vacíos de un vagón de tren, casi un credo. Sus palabras restituyen por fin la figura del libre pensador, borrando sin proponérselo, al impostor y al que dedica su energia a complacer. Nos hallamos ante un hombre que nada tiene de ingenuo, y que sin embargo conserva una pureza propia: todavía cree que es posible no renunciar a ser quien eres, si posees la conciencia del sacrificio que tendrás que emprender y la fortaleza para soportarlo. 4. "Bellchite (te guste o no)" Con las graves resonancias históricas de fondo, que padeció Belchite durante la guerra civil, este último autorretrato encuentra en el universo de la infancia un lugar donde espejarse. Las imágenes de la calles, de las ruinas de la pequeña población son de una intensa belleza, pero el peso conceptual que gravita sobre ellas nos impide “paladearlas”, a cambio de no poderlas olvidar. La inclinación sensible, casi amorosa, hacia la imaginación de los niños, se adentra en el espacio poético abiertamente, sin perder un ápice de la reciedumbre que recorre la obra de Julián Álvarez. Sobrevuela en el aire una letaníaa inaudible, una luz de leyenda, que no conocen los días del calendario y una línea de Nietzsche dobla como una campana: “El niño es el padre del hombre”. Alfonso Levy. Filólogo. Barcelona, junio 2009 Nota bene. Decía François Truffut, que el poder hipnótico que ejercía sobre él, el rostros de una actriz en la pantalla, la inclinación de unos párpados o la subida de tono de una música, era tan arrebatador, que podía ver una película cinco, seis veces, sin ser capaz de contar el argumento. Algo así me debió pasar mientras veía autoRETRATO REDUNDANTE, pues fui ganado de tal manera por el plano en que el autor escoge para su confesión los asientos vacíos de un vehículo en marcha, que confundí el interior de un autocar de línea, con el compartimento de un tren. Sólo hablando con Julián Álvarez a posteriori supe que no eran “gigantes” sino “molinos”, y supe también de la generosidad y saludable sentido del humor del autor de “El Ring”, que no quiso que rectificase la objetividad de los datos a la llama del error. |